miércoles, 4 de octubre de 2017

Entre Columnas /// Ingenuidad y frustración. /// Martín Quitano Martínez

Entre Columnas
Ingenuidad y frustración.












Martín Quitano Martínez
mquim1962@hotmail.com
twitter: @mquim1962


El payaso no soy yo, 
sino esa sociedad tan monstruosamente cínica
 e inconscientemente ingenua
 que interpreta un papel de seria
 para disfrazar su locura.
Salvador Dalí

Mientras el desencanto social aflora, las realidades públicas y privadas nos someten a circunstancias donde la apuesta sobre una buena condición de vida  es golpeada constantemente. Pensar en que fácilmente se pueden lograr transformaciones es un uso común que tiene que ser cuestionado.

La fragilidad social, la vida misma nos ha hecho buscar asideros de esperanza sobre ideas de ensoñación que realmente son insostenibles. Analizar, pensar y racionalizar nuestra situación establecería mejores oportunidades para entender que los cambios que casi todos demandamos, nos involucran en la solución y nos obligan a no actuar como espectadores sino a ser gestores de la misma, con actitudes y comportamientos distintos, pues las normas y leyes por sí solas no hacen el cambio, sino que requieren acciones concretas para su ejecución y cumplimiento.

Ciertamente, la esperanza en una sociedad mejorada, más justa y más sana, es una aspiración legítima del ciudadano y un salvoconducto para no ahogarnos en el cinismo realista que tanto se practica para seguir evadiendo responsabilidades y compromisos éticos.

El ejercicio público, de gobiernos e instituciones, las acciones políticas todas, gozan de la más amplia desconfianza, ganada a pulso, gracias a esa singular capacidad para generar desencanto, para mostrar cotidiana y cínicamente los rostros descompuestos de actitudes y hechos que rompen con las ilusiones que de inicio pudieron generar, dejando evidencias de su incapacidad para entender, como diría Jesús Silva-Herzog Márquez, que “la política no es sólo gestión de esperanzas; la política es también la administración de realidades, de todo hecho decepcionante”.

Conversando con un amigo me decía que no debemos ser ingenuos o ilusos sobre el comportamiento de los gobiernos, ante los ejemplos del ejercicio de la cosa pública o política que en nuestro país ha hecho pabilo las ilusiones de millones, sembrando en el imaginario colectivo como su característica intrínseca la corrupción, la mentira y la irresponsabilidad.

Contra el desencanto y la frustración se han construido frases que abren de palmo el sentir popular respecto de lo degradado de los actores políticos, institucionales o de representación: “todos son iguales” “solo buscan su provecho”, es el comentario normal respecto de los que asoman la cabeza para proponer o accionar algún resorte social o político. Los partidos todos, los políticos todos, las organizaciones todas, los individuos todos, que realicen o intenten hacer algo estarán siempre en la sospecha de muchos, en la descalificación.

La ilusión que generen los encantos de estructuras o personas en algún momento y que las necesidades obliguen, deben conducirse con habilidad para gestionar los fracasos y los logros, como dice Silva-Herzog Márquez: “Un gobierno requerirá entonces de dos estructuras. Por una parte necesita mecanismos para producir ilusiones y, por la otra, de aparatos para amortiguar la frustración”. 

El reto es entonces mantenerse en medio del realismo que lastima las ilusiones, conservando las expectativas y conteniendo la desilusión; para lograrlo se requiere claridad de objetivos y capacidad para concretarlos.

Sobreponerse a la vacuidad de ejercicios públicos o representaciones incapaces de que sus logros, cualquiera que éstos sean, les permitan la retórica y la argumentación aún contradictoria o demagógica, de que lo conseguido es importante, abriendo la posibilidad de no vaciar las esperanzas.
De entre otros, un compromiso ineludible de las autoridades de nuestro país en esta época de tanta desilusión y frustración popular, es actuar con solvencia y calidad frente a lo prometido, pues aunque sea algo difícil de imaginar por indeseable, pueden darse descalabros sociales aún mayores a los que ya padecemos.

LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA.

Abatir la impunidad dice la ONU es el reto, único antídoto contra la corrupción, el delito o el crimen. ¿Dónde está el cabo de la madeja?

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